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Considero que hay una constante en la vida de todo hombre, no importa que sea una persona de lo más apacible y suave, y no estoy utilizando estas palabras de una manera despectiva, pero como una medida actual de carácter.

Bien, ¿cuál es esa constante?

La competitividad.

Palabra que ha sido apropiada en el español por el ámbito empresarial (vomita), pero si lo desmenuzamos, encontramos que cada quien tiene un aspecto de su vida por el que se siente en competencia, constantemente. Una faceta en la que intentas ser el mejor, de los mejores, o simplemente mejor que ayer.

No es sorpresa que el mundo esté lleno de records, puntajes, logros. Por más adversos a los reflectores que seamos, en el fondo todos queremos un registro de nuestra breve existencia. Ideal como esto suena para empujar al humano a ir más allá, mantengo también que no toda competencia es completamente sana. Hay un contrato social implícito en nuestras competencias del día a día, un entendimiento de que nuestros semejantes también están dispuestos a participar, sin este contrato, en un escenario social lo que un individuo entiende por competencia mientras los demás están fuera del contrato, se vuelve bravuconería y fanfarronería.

Si lo quisiera sumar todo en una máxima: Un outlet sano para nuestros impulsos competitivos nos mejora a nosotros como personas, y en conjunto como sociedad, comunidad y humanidad.